El queso fresco en verano es toda una delicia. En todas sus versiones ligeras, sedosas y delicadas, agrega sabor y exuberancia a las pastas, ensaladas y postres.
A medida que desciende el clima cálido, la necesidad de preocuparse por la comida se evapora. Realizamos comidas más ligeras y apostamos por recetas que utilizan los productos de temporada que llenan los mercados.
Ahí es donde entran los quesos frescos. Son un pilar perfecto para combatir el calor en los menús de verano. Los quesos frescos retienen la blancura pura de la leche, por lo que resaltan los colores brillantes de las frutas y verduras de verano. Todos son característicamente húmedos y suaves.
A diferencia de los sabores complejos de un queso envejecido o un roquefort veteado con moho, un queso fresco no te dejará boquiabierto por su personalidad. Sin embargo, combinará genial con otros ingredientes.
Antes de que se inventara la pasteurización y la refrigeración, estos quesos de preparación rápida eran la manera que tenían los agricultores rurales de lidiar con el exceso de producción de leche. Pero hoy estos quesos son un manjar.
El queso de Burgos tiene un bajo contenido en grasas e hidratos de carbono y un mayor contenido en proteínas . Además, cuentan con un alto contenido en calcio y fósforo, que son clave para el crecimiento óseo.
Es importante refrigerar el producto y consumirlo lo antes posible, por agradables que sean estos quesos, sus encantos son fugaces. El alto contenido de humedad se traduce en una vida útil más corta.
Este tipo de queso fresco suele acompañarse de otros alimentos como la miel, el membrillo o las nueces. Además, marida bien con vinos espumosos, blancos secos o tintos jóvenes.
Para refrescar tu verano, te recomendamos una receta que os dejamos en la web: Ensalada de queso fresco desnatado con sandía a la plancha y espinacas baby, un entrante ligero y original.